La política, entendida en su esencia, no es una herramienta para la confrontación ni un instrumento para el beneficio personal. Es, o debería ser, el arte de servir, el ejercicio más noble del pensamiento racional aplicado al bien común. Una política fundamentada en principios y valores, capaz de unir lo que hoy parece inevitablemente dividido: la razón y la emoción, la visión y la acción y el bien común y el interés particular.
Sin embargo, la realidad muestra que la política contemporánea ha caído presa de las emociones desbordadas y de los impulsos viscerales inmediatos. La polarización, las redes sociales, la mentira, la desinformación y la ofensa han convertido la deliberación en disputa, el argumento en ataque y el disenso en odio. En vez de cultivar una ciudadanía crítica, racional y dialogante, hemos alentado una ciudadanía reactiva, dominada por sesgos cognitivos que hacen más atractivos la respuesta fácil, la idea superficial y el enemigo imaginario.
La política será siempre emocional, porque el ser humano lo es. Pero eso no la condena a la irracionalidad ni al caos. Por el contrario, reconocer la emoción como parte del proceso político puede ser el primer paso para educarla, canalizarla y ponerla al servicio del bien común. Lo importante es que la emoción no suplante la razón y que la pasión no anule el respeto.
La politóloga Nury Astrid Gómez propone cinco claves para cuidar y cultivar el diálogo democrático, ese que puede ayudarnos a reconciliar la política con su propósito original:
1. Escuchar antes de responder.
2. Cuidar el lenguaje.
3. Ver al otro como un adversario y no como un enemigo.
4. No compartir nada —especialmente en redes— sin pensar.
5. Crear espacios de comunicación segura sobre temas políticos que promuevan consensos y decisiones respetuosas, tolerantes y responsables.
Dice Nury Gómez que estos cinco principios no son simples recomendaciones de etiqueta democrática: son una hoja de ruta para reconstruir la confianza ciudadana y recuperar la política como un terreno fértil para la razón, la empatía y el servicio.
Porque al final, la política no se degrada por culpa de los políticos, sino por la indiferencia o la emocionalidad sin juicio de los ciudadanos. Cuidar el diálogo democrático es tarea de todos. Cuando lo entendamos así, podremos afirmar que la política —esa que pensamos, sentimos y construimos— vuelve a ser lo que siempre debió ser: un camino hacia el bien común.


























