Por: Jorge Mejia Martínez

¿La violencia urbana se puede explicar sencillamente como consecuencia de la confrontación intestina del narcotráfico o debemos reconocer que más que narcotráfico lo que nos pisa los talones es la MAFIA, entronizada en una sociedad achicopalada, que todo lo reduce a la droga? De la respuesta dependen estrategias y acciones por parte de las autoridades que, en muchas ocasiones, parecen impotentes ante la demanda creciente de prevención del delito y protección de la vida y la integridad. Las gentes tienen derecho a conocer el grado de organización y magnitud del enemigo, para saber a qué atenerse individual y colectivamente. Los agentes de la inseguridad en Medellín, Cali, Bogotá, Itagüí, Bello o Caucasia, no son bandas o combos sueltos entre sí, como ruedas sueltas, sino organizaciones, grupos o redes que de manera continua se dedican a actividades ilegales, que apuntan hacia el enriquecimiento personal, jerarquizadas y sin fronteras territoriales. Su actividad no es exclusivamente el tráfico y comercio de drogas ilícitas. Ejercen, además, dos actividades que según los estudiosos de la delincuencia internacional, son características de la organización mafiosa: la extorsión y la protección. El sociólogo Colombiano Ciro Krauthausen, experto en temas de drogas y criminalidad, dice que “El narcotráfico colombiano y la mafia italiana constituyen dos variantes específicas de delincuencia organizada. Mientras que la mafia con una lógica de poder se concentra en el campo de la extorsión y protección, el narcotráfico con una lógica de mercado lo hace sobre todo en el comercio de marihuana, cocaína y heroína. Si bien ambos esquemas constituyen puntos de partida diversos, no son excluyentes”.

Ciro recuerda que en el acta de imputación del maxi proceso de Palermo en 1986, los jueces instructores  observaron que “cada familia mafiosa ejerce el control sobre todas las actividades lícitas e ilícitas que se desarrollan en el ámbito de su circunscripción territorial”.  En el control sobre las más diversas actividades radica la esencia del accionar tanto de la mafia siciliana, como de la camorra: es de este control social, político, pero sobre todo económico, del cual viven los mafiosos. Desde su “señoría territorial” la mafia usufructúa los más diversos ámbitos económicos legales o ilegales. Un grupo mafioso bien puede estar simultáneamente involucrado en el mercado de la construcción, el contrabando de cigarrillos, el comercio minorista, el tráfico de drogas y varias actividades más.

La primera manifestación de control es la extorsión. Las formas “clásicas” de extorsión son bastante simples y funcionan con el esquema de “o me pagas una cuota mensual o incendio tu Tienda”. La víctima es protegida de un peligro que emana del mismo extorsionista. Otra modalidad del mismo recurso “Con tal de que me pagues, no sólo no incendio tu tienda, sino que también impido que otros lo hagan”. Con otras palabras, muy escuchadas por los transportadores, comerciantes, contratistas del gobierno, finqueros, casinos “Si me pagas, me encargo de que nadie incendie tu tienda.” Protección y extorsión son como las dos caras de una misma moneda y los límites entre ambos fenómenos son fluidos. El economista Diego Gambetta demostró en un estudio de 1992 que la mafia siciliana puede ser comprendida como una “industria de la protección privada”.

El DAS acaba de publicar un estudio sobre la extorsión para indicar su generalización en 10 departamentos del país, donde “Grupos ilegales exigen a diario ‘vacunas’ entre 3 mil y 10 mil pesos a tenderos y conductores. La cifra sube a 15 mil para distribuidores de alimentos y bebidas y dueños de casinos. ‘La vacuna’, como popularmente se le conoce al cobro extorsivo del que son víctimas empresarios, ganaderos, tenderos y pequeños comerciantes del territorio nacional”. El estudio “ubica a la delincuencia común en el primer lugar del manejo de la extorsión, con el 60 por ciento; seguida de las Farc, con un 25 por ciento. En menor escala se encuentran la delincuencia organizada y el Eln”. El estudio, citado por el diario El Tiempo de este lunes pasado, y realizado entre enero del 2009 y junio del 2010, indica que la delincuencia común manda en las urbes y principales capitales, mientras los grupos insurgentes tienen el poder en los campos y en las zonas rurales.

El estudio da cuenta de varias confusiones. Una de ellas es la visión de “delincuencia común” y “delincuencia organizada”. Lo cierto es que la llamada delincuencia organizada tiene sometida y controlada a la delincuencia común. No creo que haya una banda o combo en Medellín u otro municipio de Antioquia, que no sienta la presencia violenta de los jefes Sebastián o Valenciano. La independencia cuesta sangre.