Por: Rodrigo Pareja

El inmortal Leonardo Da Vinci dijo que la ingratitud es la moneda con la cual paga el demonio. Y en el campo deportivo de Antioquia, la ingratitud es la moneda con la que pagan los poderosos que manejan el fútbol o las figuras que deben su formación y lo que fueron o son, a alguien que hoy ni siquiera se atreven a recordar.

Todo el preámbulo anterior es para evocar y hablar del personaje que más títulos le ha brindado a las categorías inferiores del fútbol antioqueño, un sencillo hombre que a pie limpio formó decenas y decenas de jugadores, muchos de los cuales alcanzaron el estrellato: nos referimos a Arturo Villegas, “tío”, como cariñosamente lo llamábamos quienes tuvimos la fortuna de su amistad y su consejo.

 

En su sencillez proverbial, la misma que lo acompañó hasta el extremo de que sólo ya bastante maduro usó calzado por primera vez, Arturo Villegas es hoy la imagen exacta del héroe olvidado, mientras los saltimbanquis, verseros y oportunistas, aquellos que nunca le han ganado nada a nadie, continúan engrupiendo a imbéciles y a incautos.

A uno de éstos es que Arturo Villegas le debe su desvinculación del modesto pero productivo trabajo que desempeñaba hasta hace unos ocho o diez años en el Atlético Nacional, como formador y forjados de grandes jugadores.

Cuando el hablador Hugo gallego llegó a la escuadra verde a dirigir las categorías inferiores, lo primero que hizo fue sacar por la puerta de atrás a Arturo Villegas. “Usted ya está muy viejo y uy desactualizado”, le sentenció este frustrado entrenador, bueno para hablar basura y nulo para recoger cosecha, como si él tuviera el elixir de la eterna juventud y no fuera también, inexorablemente hacia la vejez, que ojalá no sea tan indigna y humillante como la que le han hecho padecer al personaje que nos ocupa.

Desde Ramón Vélez, a quien formó en el primer equipo de sus amores, el independiente Junior, y a quien lo vió llegar a la titularidad del arco del Atlético Nacional, hasta decenas de otros jugadores que alcanzaron el éxito en el profesionalismo, Villegas sólo supo ser una cosa: un hombre de bien, un maestro, un padre no biológico de muchos y hasta su mecenas – porque aún en medio de su precariedad pecuniaria, muchas veces se desprendió de su propio pasaje para brindárselo a uno de sus dirigidos.

Nada de esto le sirve ahora. De avanzada edad, con la salud bastante deteriorada y la angustia diaria de tener que velas por una hermana suya que está peor, nadie se acuerda de él. Los equipos profesionales a los que tanto dio – porque también pasó por el Medellín – y por cuyas arcas tanto dinero, sucio y bueno ha corrido, lo ignoran olímpicamente.

Mientras abundan los millonarios patrocinios oficiales para equipos no siempre bien dirigidos, este hombre, Arturo Villegas, una gloria del fútbol antioqueño, languidece en medio de la soledad y la tristeza, peores aún que la física pobreza que debe enfrentar cotidianamente.

Definitivamente la gratitud o es flor que no se da en el árido huerto de la torpe e indiferente dirigencia del fútbol antioqueño.