Por: Jorge Mejia Martinez

Comparto lo dicho, en más de una ocasión, por Aníbal Gaviria Correa: como son las campañas políticas, son los gobiernos. Un mandatario no va a actuar distinto a como actúo de candidato. El que compra votos, promete, engaña, consigue plata como sea y a costa de lo que sea, luego como gobernante o miembro de una corporación de elección popular, se dedicará a pagar los favores recibidos y a conseguir más de lo invertido. Como sean los equipos de campaña del candidato, serán los equipos de gobierno. El talante no se pierde.

 

La revista Semana del pasado domingo, abrumada por la avalancha de casos de corrupción en todos los niveles y sectores, se pregunta ¿Cómo se llegó a este punto? ¿Cómo pudieron los contratistas hacer esta captura del Estado? “El detonante de la corrupción a gran escala está en la manera como operan las campañas políticas. SEMANA encontró que en esa conclusión coinciden, curiosamente, dos extremos opuestos: un contratista especializado en el sistema del ‘serrucho’ y de las ‘mordidas’, que habló con esta revista, y uno de los más afamados teóricos de la democracia en el mundo, el italiano Giovanni Sartori. Mientras el contratista dice: “Todo empieza en la campaña electoral. Los contratistas financian a los candidatos y hay contratistas que terminan sometiendo al elegido”, Sartori, hablando sobre la corrupción en América Latina, advertía que, “en algunos países, el costo de la política se ha vuelto demencial”, y proponía como remedio “abaratar la política”.

 

Por algo, la esperada ley anticorrupción que hace trámite en el Congreso Nacional no ha podido recibir el pupitrazo final para salir adelante, por que cunde el pánico con el articulito que busca ponerles cortapisas a los contratistas del Estado, luego de que financian las campañas de los candidatos. Sin querer queriendo, el proponente del articulito, tocó la medula espinal de los factores que hacen posible la “inefable´ corrupción nuestra. Por algo la principal denuncia en las últimas elecciones para Cámara y Senado – donde fueron electos los que hoy deben aprobar o no la ley- fue la excesiva circulación de tulas de dinero en pos de la voluntad votante de la población. El respeto a los topes establecidos por la autoridad electoral colombiana, suena a un ingenuo canto de hadas.

 

La inflación de las campañas políticas ha llevado a que muchos funcionarios públicos en camino a convertirse en candidatos políticos, aprovechen su cuarto de hora para meterle la mano a la contratación oficial para sacar su tajada; o para pagar a los padrinos de sus nominadores y protectores gobernantes o corporados, los aportes económicos que hicieron posible su elección. Por ello el filósofo italiano Giovanni Sartori tiene toda la razón: la mejor vía para luchar contra la corrupción, es abaratar el ejercicio de la política. Además, no es sano para la suerte de la sociedad, que el principal argumento diferenciador de los aspirantes, no sean sus programas y antecedentes, sino la capacidad económica. Se hizo trizas el principio universal de que en una democracia todo mundo tiene el derecho a elegir y ser elegido. La elitización de la política se traduce en corrupción pública.

 

PD: sin compartir totalmente lo dicho por “El Alemán” sobre el nuevo falso positivo de la desmovilización paramilitar en Medellín, sí recuerdo que a mi oficina de la Secretaría de Gobierno de Antioquia, en 2004, llegaron varias personas a denunciar los ofrecimientos que les hacían para que se sumaran a la “entrega”. La queja llegó hasta el DAS y de ahí no pasó.