Hace años en las calles del barrio o en las mangas y peladeros donde se practicaba el fútbol, siempre había un muchacho que sobresalía, no tanto por sus habilidades para jugarlo sino porque era el dueño del balón.
A ese lo ponían porque lo ponían, así fuera un desperdicio en la respectiva alineación, ante el temor de que decidiera regresarse a su casa con el útil, como con tanta imbecilidad dicen ahora algunos comentaristas, y dejarlos a todos con las ganas de pegarle dos o tres patadas.
Hoy en pleno siglo XXI, los dirigentes colombianos de este popular deporte decidieron, en una determinación que constituye retroceso increíble, convertir a la empresa Postobón en el nuevo y omnipotente dueño del balón.
Y es regresiva esa medida, y es volver a las épocas de las mangas y peladeros, porque Postobón es dueño de uno de los equipos que disputan el torneo profesional, algo que lo convertirá tarde que temprano en juez y parte, situación incómoda y única en el mundo del fútbol, situación que no se daría si el BBVA o Coca Cola hubieran sido los escogidos para tan disputado patrocinio.
Basta recordar lo sucedido hace pocos meses, cuando la Dimayor contempló la posibilidad de sancionar al equipo Atletico Nacional por el comportamiento vergonzoso de algunos de sus hinchas en la ciudad de Manizales.
En ese momento se amenazó a la dirigencia futbolera con el retiro del patrocinio que la empresa ahora beneficiada brinda al campeonato de la B, condenable chantaje que arrojó los frutos deseados, es decir, la no aplicación de ninguna sanción.
Para no ir muy lejos, acaba de presentarse una situación drástica, casi dictatorial contra el Deportivo Pasto, porque aparentemente uno de sus hinchas lanzó algo contundente que alcanzó al juez de línea en el partido que ese cuadro nariñense disputaba en su estadio contra el Real Cartagena, y que iba ganando por un gol a cero.
De una le quitaron esos tres puntos y lo condenaron casi que irremediablemente al descenso, y además, para que no quedaran dudas de la justicia que en algunos casos aplica la Dymayor, determinaron que su próximo partido como local, contra Santa Fe el pasado domingo, lo disputara sin público.
Piensa uno si será posible que se repita semejante situación en el futuro con el Atlético Nacional, hijo predilecto del dueño del balón, propietario además del canal televisivo que maneja como quiere la programación futbolera, y si los ahora drásticos y dictatoriales dirigentes tendrán los suficientes huevos para actuar en esa forma, caso de presentarse algún incidente grave con el cuadro de Medellín.
Escenario que no es nada descartable ante la presencia de sus barras bravas, que como todas las demás que pululan en el fútbol colombiano, están constituidas no por hinchas sino por casi delincuentes en potencia.
Sólo baste recordar lo que les decomisan cada vez que las autoridades se atreven a interceptar sus desplazamientos por las carreteras del país: droga, armas blancas, hasta armas de fuego y granadas, palos y varillas, utensilios más propios de bandas de sicarios que de seguidores de un club de fútbol.
Los $45 mil millones de pesos aportados por el poderoso patrón le permitirán a este lánguido fútbol colombiano un respiro, un ingreso extra e inmerecido a sus incompetentes dirigentes, y de pronto un paz y salvo temporal en materia de salud a los explotados jugadores de todos los equipos.
Pero una cosa parece cierta: dentro de pocos meses la situación seguirá tan desastrosa como la actual, equipos quebrados o a punto de estarlo, jugadores con necesidades de todo tipo y sin pago oportuno de sus sueldos, traficantes de jugadores que se llenan los bolsillos y un fútbol colombiano cada vez más pobre y alejado de los grandes escenarios.




























