El 8 de septiembre el mundo recuerda a Julius Fučík, periodista y escritor checo ejecutado por los nazis en 1943. En su celda escribió “Reportaje al pie de la horca”, un testimonio de dignidad y valentía que trascendió su muerte y lo convirtió en símbolo del compromiso con la verdad.
Hoy, 8 de septiembre, es un imperativo voltear a ver hacia el legado que Julius Fučík dejó a quienes, aún hoy, sí entienden el periodismo como compromiso inquebrantable con la verdad y la justicia.
Este homenaje, sin embargo, no puede quedarse en la evocación de un mártir. Tiene que trascenderlo en el tiempo y en el régimen totalitario que tanta ignominia protagonizó contra la libertad, la verdad, la injusticia y la vida… Totalitarismos que aún hoy siguen teniendo defensores, de derecha y de izquierda, convencidos de la urgencia de concentrar el poder absoluto, de imponer una ideología que rechaza cualquier discrepancia, de suprimir libertades, de controlar la sociedad en su totalidad y de usar el miedo y la propaganda para desinformar, manipular y someter.
En Colombia, el periodismo atraviesa una crisis profunda que amenaza con diluir su esencia. Los grandes medios de comunicación tradicionales, atrapados en intereses políticos y económicos, han permitido que la agenda política permee peligrosamente la ética periodística. En consecuencia, el ejercicio de informar ha cedido espacio a la desinformación, la ligereza, la irresponsabilidad, la falta de rigor y el sesgo. En no pocos casos, se ha dado licencia a la mentira, se ha olvidado el principio del interés general y se ha dejado de lado la independencia frente al poder que entrañan algunos sectores políticos. Se ha permitido que la savia vital del Oficio -presente en la Verdad, la Independencia y el Interés General- se haya diluido quitándole prestigio y credibilidad a una actividad fundamental para el fortalecimiento de la democracia.
El periodismo con que se levantan y se acuestan diariamente los colombianos, no analiza e interpreta la realidad con el propósito de formar ciudadanía, sino que manipula los hechos para alimentar pasiones y exacerbar la polarización que sufre el País.
Pero también existe la otra cara: la de los periodistas que, en condiciones adversas, siguen defendiendo el principio que sin verdad no hay democracia posible, que la ética es irrenunciable y que la independencia no es una concesión sino una obligación frente al público.
En memoria de Julius Fučík y en respeto a los periodistas colombianos que, por un lado, han dado su vida por contar lo que otros quisieron ocultar, y de otro lado, han sido estigmatizados e, incluso, puestos en “listas negras” por su independencia, vale la pena preguntarnos: ¿queremos un periodismo servil y acomodado o un periodismo libre y, especialmente, responsable? La respuesta no puede generar duda, si somos periodistas conscientes de aportar al fortalecimiento de nuestra democracia.



























