Por: Nicolás Albeiro Echeverry Alvarán Senador de la República Partido Conservador Colombiano
Celebro con entusiasmo la decisión del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, de revivir el Instituto Mi Río. Esa es, sin duda alguna, una decisión sabia, necesaria y profundamente responsable con la historia ambiental y social de la Ciudad.
Durante mis años en el Concejo de Medellín —cuatro períodos consecutivos— tuve la oportunidad y el honor de convertirme en el concejal defensor del Instituto Mi Río, el cual nació en 1992, durante la alcaldía de Ómar Flórez Vélez, gracias a la visión del entonces concejal Alfonso Núñez Lapeira, su inspirador y creador.
Desde sus primeros días, el Instituto tuvo un propósito claro: recuperar la cuenca del río Medellín y sus quebradas, generar conciencia ambiental, prevenir inundaciones y ofrecer oportunidades laborales a miles de jóvenes en condiciones vulnerables. Fue, sin exagerar, la fuente generadora de “empleo de choque” más importante que tuvo el municipio de Medellín, hoy convertido en Distrito de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Por eso es necesario recordar, también, con especial agradecimiento, a Gerardo Emilio Duque, quien durante su Gerencia sacó adelante programas como “Parce”, “Amor” y otros que se constituyeron en la mejor manera de ofrecer a los jóvenes y a la población más vulnerable “empleo de choque”, el cual es añorado aún hoy por muchos.
Tuve la oportunidad de integrar la primera Junta Directiva de Mi Río. Aquella experiencia me permitió comprobar que el desarrollo urbano sólo es sostenible cuando reconoce al río como su eje articulador. Por eso, el renacimiento de Mi Río debe entenderse como la recuperación de una política de Estado local, no como un simple programa administrativo.
Históricamente, los medellinenses hemos pagado a Empresas Públicas de Medellín por acueducto y alcantarillado; sin embargo, por cada 10 pesos que se invierten en el acueducto, apenas un peso se destina al saneamiento básico. Esa desproporción ha permitido que nuestras 4.217 quebradas “cojan ventaja”, como solemos decirlo en Antioquia. El resultado: cauces desbordados, taludes inestables, quebradas convertidas en basureros y barrios vulnerables ante los desastres naturales.
El Instituto Mi Río fue mucho más que una entidad ejecutora de obras: fue una escuela de civismo ambiental. Tenía un plan ordenado de recuperación de quebradas, con la visión de que algún día el río Medellín fuera navegable. Ese sueño —que para muchos parecía utópico— hoy vuelve a cobrar sentido en un contexto global que exige acción frente al cambio climático, la contaminación y la pérdida de espacios verdes.
El alcalde Federico Gutiérrez se apunta una buena, no sólo por revivir una institución emblemática, sino por conectarla con estrategias contemporáneas como los parques lineales, la recuperación del espacio público y la mitigación del cambio climático. Esa articulación permitirá que Mi Río recupere su carácter integrador: uniendo quebradas, corredores verdes y vida urbana.
Recuerdo cuando propusimos el Parque Central de Antioquia y el Corredor Verde Metropolitano. Soñábamos con que esos espacios se convirtieran en barreras naturales para frenar la expansión urbana hacia nuestras montañas, esos ecosistemas vanos —y ya escasos— que aún nos quedan. Hoy, esa visión puede completarse si logramos conectar los parques lineales con los arboretos, el Jardín Botánico y las áreas verdes que respiran en medio del cemento.
Mi Río no sólo debe revivir como una entidad, sino como una cultura del agua, una forma de entender que el territorio y la vida están íntimamente ligados. Medellín no puede seguir construyendo de espaldas a su río.
Revivir Mi Río es volver a la sensatez: a la planificación, al respeto por el medio ambiente y a la responsabilidad con las futuras generaciones. Porque mientras el río siga hablándonos, nuestra obligación será escucharlo y cuidarlo.




























