Laura acuesta a su hijo de seis años. El niño le pide un cuento, pero la notificación de un ‘like’ en su celular es más fuerte. “Un segundito, mi amor”, le dice ella mientras sus pulgares continúan deslizándose por la pantalla. Pasan veinte minutos. Cuando levanta la vista, el niño se ha dormido, en su rostro no hay paz, solo decepción. Laura siente una punzada de culpa, pero una nueva notificación la distrae de inmediato. Está físicamente presente, pero emocionalmente a kilómetros de distancia.