Por: Jorge Mejía Martínez

Hugo Machín es un connotado periodista uruguayo obnubilado por la realidad mágica colombiana que a borbotones desfila noticia tras noticia en las pantallas de la televisión, en los titulares de los periódicos o en los largos noticieros matinales de la radio. Realizaba visitas esporádicas a nuestro país hasta que hace muy pocos meses decidió radicarse en Medellín subyugado por el amor de una mujer paisa. Sus amigos disfrutamos su capacidad para ranear sobre cualquier tema y sus dotes culinarias.

Las tensiones diplomáticas con los países vecinos por las bases militares, opacaron la valoración de lo ocurrido en Uruguay en las últimas elecciones presidenciales que dejaron como triunfador a un hombre septuagenario, exguerrillero, expresidiario, que no usa corbata, hizo campaña en bicicleta, camina por todas parte con una perrita de tres patas, cultivador en pequeña escala de flores para la venta al menudeo, crítico acérrimo de los bancos y con un lenguaje más cercano al lunfardo que al de un estadista. Prescinde absolutamente de cualquier tipo de atildamiento, al punto de aparecer ante cámaras de televisión sin su prótesis dental. Esa imagen es garantía de honestidad para buena parte de su electorado, pero muy pocos quieren vivir como “el Pepe”, así lo conocen en Uruguay. Se muestra despreocupado por esconder sus antecedentes de homicidio, robo y actos terroristas, hechos registrados en los años sesenta y principios de los setenta.  

José Mujica (74), es uno de los dirigentes tupamaros que en 1963 comandados por Raúl Sendic (1925 – 1989), iniciaron la guerrilla urbana que aspiraba a tomar el poder cuando gobernaba ese país uno de los dos partidos  tradicionales, el Partido Nacional y la izquierda no superaba el 10 por ciento del electorado. El Frente Amplio, fuerza de izquierda que gobierna en la capital Montevideo desde hace dos décadas, devenido en el mayor partido político uruguayo, en 1989 vota el ingreso de los tupamaros al FA. En 1994 Mujica es electo diputado. Se benefició del porcentaje de aceptación (61%), con la que culmina su período el actual presidente Tabaré Vázquez, quien se negó a la reelección con que le tentaron.

Mujica en su primer discurso luego de conocerse su triunfo en las urnas manifestó su intención de tener en cuenta a la principal fuerza opositora, el Partido Nacional, para su futura administración, lo que ha impresionado positivamente  a analistas y dirigentes políticos. El primero de marzo jurará respetar la misma constitución contra la que se levantó en armas 47 años atrás. El juramento se lo tomará su mujer, la senadora Lucia Topolansky, también como él ex tupamara que permaneció en prisión durante 13 años y encabezó la lista más votada en octubre, por lo que preside el Poder Legislativo hasta que asuma en marzo, como vicepresidente, el ex ministro de Economía del gobierno saliente, Danilo Astori.

Los uruguayos olvidaron las heridas de 30 o 40 años atrás producidas por la más connotada guerrilla urbana de América. José Mujica, quien todavía hoy califica de expropiaciones a los atracos bancarios de la época tupamara, para lograr la confianza de la población uruguaya no tuvo que desvivirse pidiendo perdones. Le bastó la coherencia de mostrarse como es. La catarsis exitosa contra la violencia entronizada en el alma uruguaya, hizo posible que el uso de las urnas fuera más eficaz que el uso de las armas.

Más allá de la anécdota que se esconde tras la existencia de Mujica, el ejemplo uruguayo debiera obligar a agachar la cabeza a tanto fanático dedicado a pontificar desde la izquierda o la derecha: como el tal Movimiento Bolivariano continental dedicado a enviar razones justificadoras de la combinación de todas las formas de lucha, a un pueblo como el colombiano hastiado de la violencia y sus actores; y los intransigentes desde la otra orilla que no cesan de acosar a líderes como Gustavo Petro simplemente por su pasado guerrillero. Una catarsis del alma colombiana contra la intolerancia debiera ser el mejor regalo de navidad para esta tierra.