Por: Rubén Darío Barrientos
Le preguntan a Juan Ricardo Ortega, director de la Dian, sobre un tema bien puntiagudo: ¿Quién es rico en Colombia? Y responde: “Una persona de 25 años, soltera, sin ninguna obligación, que se gane $ 6 millones de pesos al mes”. No está ni cinco de despistado el doctor Ortega. Esa amalgama de condiciones bien “vacancitas”, permite atesorar excedentes. Claro está que motejar de rico a alguien, ya de por sí es una intrepidez. Pero a todas estas, el mismo interrogante se lo hicieron al Banco Mundial y allí respondieron: “En Colombia, es rico un individuo que viva solo y cuente con $2 millones de pesos al mes, o un hogar de cuatro personas cuyos ingresos sean de $ 8 millones o más”.
La tesis que el Banco Mundial lanza acerca de la opulencia, se ajusta válidamente para un mísero 2,5% de la población colombiana. Y vivimos en un país de 47 millones de habitantes. Como quien dice, si la muestra es tan exigua, es porque habitamos una nación con signos apreciables de inequidad y de mala distribución del ingreso. Pero en esa línea de aventurarse a suponer de ricos y pobres a ciertas personas, tratándose de sus ingresos, hace año y medio se dijo que los individuos hasta $83.581 mensuales, clasificaban como indigentes. Y que los que estuvieran por encima de ese valor, pero por debajo de $187.079 mensuales, eran simple y llanamente ¡Pobres!
Inmersos en esos meridianos de pobreza y riqueza –Pambelé diría que es mejor ser rico que pobre–, existen 16 millones de compatriotas que ganan menos de $187.079 y 5,5 millones de colombianos que perciben ingresos de hasta $83.581. Para ser más crudos aún, diríamos que el 34% de los nuestros son pobres y que el 11,7% son extremadamente pobres. Ahí están reflejadas las coordenadas de la pauperación. Pero si traemos a cuento que otro 20% de personas en el país ganan por debajo del mínimo, tenemos que inferir que, en extremo, Colombia es un país bastante disconforme y pobretón. Y ese cuadro de “llevaos del chiras”, se completa al considerar que en nuestro suelo, 6 de cada 10 personas no tienen empleo digno.
Entretanto, el Observatorio Laboral para la Educación, alberga sus propias cifras: el 82% de los recién egresados en educación superior, tienen un trabajo formal y ganan en promedio $ 1.800.000 mensuales. Como quien dice, no alcanzan a tener el rótulo de ricos según el Banco Mundial. Pero un hecho inexplicable, lo constituye la circunstancia de que los hombres ganan un 15% más que las mujeres. Sin embargo, todas las cifras anteriores nos indican cosas, pero hay una que nos muestra como pobretones triple A, desde el punto de vista ético: el 62% de los empresarios colombianos considera que “si no paga sobornos, no hay negocios”. Y se integra ese lienzo de la desolación, al señalamiento de que las “mordidas” en Colombia, raponean en promedio el 14,8% de un contrato (El Tiempo, 12 de marzo de 2013).
Así las cosas, la corrupción nos hace ver como tugurianos y lo que se articula “por debajo de la mesa” nos lleva a meditar acerca de la falta de valores de la sociedad. Más allá de toda esta digresión numérica y porcentual, la riqueza la da es el ejemplo de la honradez. Por supuesto, que don señor diría que “la salud es la verdadera riqueza”. Y doña señora, aseguraría que “rico no es quien tiene sino quien menos necesita”. Cuestión de arranques y de ópticas de la vida.