No ha pasado el tiempo mínimo para el duelo por el homicidio de Miguel Uribe Turbay y ya su muerte ha sido convertida en combustible para la confrontación política más baja y destructiva. El discurso de “desescalar” el lenguaje violento no fue más que palabrería engañosa, que no resistió el oportunismo politiquero ofrecido por el homicidio de un Senador y Precandidato presidencial, en tiempo preelectoral.
Por eso, en medio de este clima envenenado, las palabras del senador Humberto de la Calle Lombana resuenan como un campanazo providencial: “No más, carajo, no más”.
“¿O sea que queremos destruirnos como sociedad? ¿O sea que deseamos que el odio sea nuestra canción de cuna? No señor Uribe. No puede condenar a un expresidente (Juan Manuel Santos) porque asiste silencioso a las honras fúnebres de un joven político. El nefasto Quintero no puede señalar a lo que llama la narcoderecha como la autora del crimen en un rastrero alarde electoral. La señora Vicky no puede seguir siendo la gerente del odio polimorfo. Ni Botero ni De la Espriella pueden dibujar un futuro de perdigones. Razón tiene Petro cuando se duele por ser acusado de manera injusta de ser el autor del magnicidio. Pero eso no lo exime de pedir perdón por sus tres años desde el frontispicio de la jefatura del Estado, destruyendo la honra de sus opositores, dibujando una sombría historia de Colombia al amaño de su consigna de linchar a quienes discrepan. Triste país al que se le propone convertir en baldón el que 13.000 delincuentes dejaron las armas. No más a quienes sacrifican de nuevo al inmolado por ser personaje notorio, metiendo en sus células muertas el veneno de la lucha de clases. No más. Estamos mamados de la furia. Queremos descansar. Dejen un espacio para el sosiego, para la esperanza, para la hermandad. Que los tres días de duelo permitan recomponer el diálogo. Disenso sí. Pero respeto, humanidad, Colombia!”
¡Qué bien, senador Humberto! Un clamor que interpela a todos, sin excepción, en este extenso péndulo político-ideológico nuestro en el que hay odio de todos y para todos, porque el odio no es patrimonio exclusivo de una orilla ideológica ni monopolio de un liderazgo en particular: no es solo de Uribe, no es solo de Petro. Se ha instalado como una epidemia que intoxica el lenguaje, polariza las conciencias y bloquea la posibilidad de encontrarnos como nación.
Colombia necesita un alto en el camino. El atentado del 7 de junio contra Miguel Uribe y su fallecimiento del 11 de agosto, fueron dos centelleos de esperanza en torno a ese cuento hipócrita y cínico de “desescalar” el lenguaje violento. Pero, mentiras: el odio de las palabras se exacerbó.
El llamado de Humberto de la Calle Lombana -Senador, Candidato, Funcionario, Político- es el de un político que ha demostrado que hay decencia en la política. Es esperanzador y, por tanto, no es ingenuo pedir que se abran espacios de respeto y tolerancia, en los que sea posible escuchar antes de responder con razón y con argumentos, para disentir sin destruir.
No es ingenuo pedirlo: es la única ruta posible para evitar que el odio se vuelva la “canción de cuna”, como dice De la Calle Lombana, la herencia de los hijos de esta Patria que no ha dejado de ser “Boba” en 215 años.