En el oriente antioqueño ocurrió un hecho que, por sencillo que parezca, encierra una poderosa lección de civilización e inteligencia: los habitantes del sector Bautista, en límite entre los municipios de Guarne y de San Vicente Ferrer, decidieron unirse y solucionar juntos un problema común que afectaba su medio ambiente y su salud: un basurero al aire libre.
No eligieron la confrontación ni la indiferencia: eligieron la cooperación, el respeto mutuo y la acción conjunta. Unidos erradicaron un foco de contaminación que envenenaba su territorio, su aire y su dignidad.
¿Y si, por un instante, nos permitiéramos soñar que lo mismo podría ocurrir en el escenario político de nuestro país?
Déjenme ser el más utópico de los utópicos: ¿y si utilizáramos este ejemplo como una metáfora para sanar la política colombiana? Esa política hoy infestada de gritos, insultos, injurias, calumnias, mentiras, desinformación, populismo, odio visceral y violencia verbal. Una política convertida en un campo de batalla entre facciones que no construyen, sino que se destruyen unas a otras con tal de ganar réditos electorales.
Así se ha contaminado la política en Colombia: el irrespeto se ha naturalizado, la mentira se ha normalizado, el odio se ha viralizado y lo más preocupante: muchos ciudadanos han sido arrastrados a esa lógica tóxica, manipulados emocionalmente por discursos mesiánicos de izquierda y de derecha, que prometen el cielo mientras alimentan el infierno de la polarización.
Pero el ejemplo de los habitantes del sector Bautista en Guarne y San Vicente propone una esperanza: ¿Y si los ciudadanos que ya no soportamos tanto odio en la política decidiéramos unirnos también? ¿Y si, como estos vecinos decentes e inteligentes, decidiéramos separar la basura de la política, no con piedras ni gritos, sino con conciencia, con dignidad, con el voto limpio? ¿Y si tuviéramos el valor de decir: “a estos contaminadores no los vemos más, no los oímos más, no los leemos más… no los votamos más”?
La política no está condenada a ser sucia. La democracia no está destinada a ser el botadero de los odios.
Hoy más que nunca, necesitamos el respeto y la defensa de los principios y valores que fundamentan la ética de una profesión que existe para la verdad y el bien común. De manera más sencilla, necesitamos respeto, tolerancia, inteligencia emocional y sentido común.
Y no sólo estamos pidiéndoselo a los políticos: estamos exigiéndonoslo a nosotros los electores y gobernados: debemos estar bien informados para que no nos dejemos manipular con mentiras y populismo. No puede haber duda de que sólo una ciudadanía crítica que distingue entre propaganda y verdad, entre populismo y verdadero interés en el bienestar general, entre oportunismo y liderazgo decente y transparente, puede detectar y elegir gobernantes y corporados decentes y coherentes.
La experiencia de Guarne y San Vicente Ferrer es una luz entre tantas sombras. Un acto simple pero profundamente simbólico: personas diferentes que deciden unirse, no para odiar, sino para construir.
La pregunta es si en la política también seremos capaces de hacer lo mismo.