Eugenio Prieto Soto
Gracias a la libertad de expresión, a la democracia y sus logros, cada mañana cuando abrimos las páginas de los periódicos locales y nacionales, revisamos los portales digitales de los periódicos mundiales, ojeamos los blogs de mejor factura, escuchamos las entrevistas y noticias de la radio o vemos pasar ante nuestros ojos por la televisión o la internet en tiempo real, las imágenes de los hechos que ocurren en el lugar más alejado del planeta, nos sentimos parte del mundo, de una sociedad cada vez más local y al mismo tiempo más universal.
Ese poder estar frente a la información, comprenderla, conocer las voces e imágenes de los hechos y de quienes los hacen posibles, o de aquellas personas que generan la información o que deliberan sobre la misma, es un privilegio de los ciudadanos del siglo XX, extendido a nuestro tiempo, gracias a la libertad de expresión y a los vertiginosos avances en las tecnologías de información y comunicación y la consecuente ampliación de canales que nos permiten acceder a la información oportuna y a los debates presentes en cualquier rincón del planeta. Tal vez por universal y por su apariencia de sencillo, los ciudadanos nos comportamos frente a la información como lo hacemos ante otra costumbre más de la cotidianidad: sin detenernos, sin valorarla, sin reconocer que la necesitamos para vivir en común, para ser democracia, para ser cotidianos.
Los medios y los periodistas sometidos a regímenes de partido único o a otras formas de dictadura, la represión oficial, las formas de censura abierta y veladas, los vetos informativos y publicitarios, los abusos frente a los periodistas, y la falta de normas que impongan la transparencia como actuación deseable de los funcionarios públicos, todavía tienen que batallar porque la libertad de prensa como derecho fundamental del ciudadano sea respetada por sus gobiernos. A ellos, por supuesto, debe acompañarlos el mundo. Precisamente, en este sentido, los pueblos africanos, que no tienen acceso a la información libre ni derecho a opinar y debatir públicamente el transcurrir de sus sociedades, promovieron ante la Unesco la iniciativa de conmemorar un Día Mundial de la Libertad de Expresión. Al comienzo de la década de los noventa, el 3 de mayo de 1991 fue proclamada esta fecha.
Colombia se unió a la celebración acordada a realizarse mundialmente el 3 de mayo de cada año con el aporte de la Fundación Guillermo Cano, que entrega anualmente el Premio Mundial a la Libre Expresión como homenaje a periodistas capaces de sacrificar hasta sus vidas para defender la libre expresión de las ideas, el debate público y el acceso ciudadano a la información. Desde profesionales víctimas de la represión estatal y periodistas sacrificados por tenebrosas mafias que se enseñorean contra la sociedad y la amedrentan, hasta los propios medios han sido homenajeados por un galardón que pone en evidencia la precariedad que todavía aqueja la libre expresión.
Colombia puede sentirse satisfecha de sus avances en la garantía de la libertad de prensa y de la ampliación de medios a través de los cuales mirarse y ver también la realidad en movimiento. Sin embargo, son muchas las acciones pendientes para que gobernantes y ciudadanos busquemos que la nuestra sea la democracia sólida que hemos soñado y por la que trabajamos. Contrario a lo que sucedía en los aciagos años en que el narcoterrorismo se ensañó contra los grandes medios de comunicación de las principales ciudades del país, hoy en Colombia los periodistas enfrentados a batallar con la palabra contra las poderosas organizaciones criminales están en las ciudades intermedias y los municipios apartados: desde pequeñas radios comerciales, desde canales y emisoras comunitarias, desde periódicos de mediana circulación o murales. Allí los comunicadores investigan, denuncian, publican, opinan, se manifiestan con libertad poniéndose en riesgo.
A los comunicadores que han batallado para garantizarnos a los ciudadanos el libre acceso a la información, para debatir las políticas públicas territoriales, para alertar por los riesgos del terrorismo y el narcotráfico, todos ellos representados en el asesinado José Everardo Aguilar, periodista de “Bolívar Estéreo” y corresponsal de “Radio Súper”, muerto el 24 de abril en Patía Cauca, rindo homenaje con la esperanza de que algún día el país y el mundo miren su accionar democrático y lo ensalce con el vigor que ellos merecen.
Ante los baches que dificultan garantizar el ejercicio de la libertad de expresión, todas y todos los colombianos tenemos que ser frente unido y solidario que propicie la existencia de esa garantía en forma universal y permanente, sin esguinces ni atropellos y así mismo, exigir transparencia y responsabilidad a los medios y periodistas que en su accionar democrático pretenden asumir el rol de jueces. Tarea ineludible tiene el legislador en este sentido para equilibrar derechos y garantías.
Este es un homenaje a EL MUNDO en sus 30 años, a su director Guillermo Gaviria y a sus periodistas y empleados, batalladores de la libertad de expresión con independencia y valentía, y un reconocimiento a quienes desde cualquier medio o espacio que les sea posible, en Colombia y en el mundo, luchan por buscar la verdad y revelarla, con el objetivo fundamental de fortalecer la democracia formando opinión y ciudadanos libres para pensar, opinar, de