Por: German Enrique Reyes Forero

Es mi deber como aspirante a la Cámara de Representante, y en plena campaña electoral, definir mi posición respecto a un articulista que se atreve a señalar conductas tartufistas de una de las dueñas del periódico El Colombiano Ana Mercedes Gómez, beneficiaria de uno de los muchos escándalos de este gobierno, como lo es Agro Ingreso Seguro. Escándalo escudriñado y denunciado por otro columnista valiente como Daniel Coronell en la Revista Semana y que, a su vez, hizo retumbar en el Capitolio Nacional el senador Jorge Enrique Robledo.

 

El hábil tartufismo, como el del hipócrita beato de Moliere, saltó en la respuesta que públicamente Coronell pidió a Ana Mercedes. Ella hace parte de la pobrecía digna de recibir $82 millones de pesos con generosos períodos de gracia y bajos intereses con posibilidades de condonación de parte del Estado, igual que como lo hizo Jenaro Sabino de Jesús Pérez Gutiérrez, gerente de la Cooperativa Colanta, con sus 300 millones 37 mil 500 de pesos, antes de romper con “Uribito” Arias en el año 2007. Curioso que este último proyecto fue también calculado, que no fue posible caparle 37 mil 500 pesos. Como decíamos antes en las marchas estudiantiles: ¡Ahí están, esos son los que roban la nación! 

Ese lenguaje grandilocuente de editorialistas que en veces justifica todas las tropelías del gobierno, es el que hay que denunciar. O, hasta razón tendrá El Colombiano en defender la emblemática obra de los subsidios, incluso para montar insignificantes “proyectos agrícolas” en sus casitas de campo. Los subsidios entregados a las reinas de belleza y manejadores de opinión de caché, parece que tuvieran su sana lógica en este país que para se postren de rodillas al soberano. 

Repito que mi opinión a favor de Héctor Abad y Daniel Coronell, por estas denuncias en concreto, sirve para recordar las persecuciones y censuras que padecieron Alberto Aguirre, Aura López, Javier Darío Restrepo, Reinaldo Espitaleta, entre otros redactores que, a diario, padecen de ese maniqueísmo de la supuesta libertad de prensa. A nadie dirán sobre qué debe escribir, pero sí qué es lo que no debe escribir. El tartufismo del que tanto se habla. 

No soy noticia para el periódico El Colombiano, ni mis comunicados de prensa o de opinión, que siempre cuido de enviar a sus redactores, merecen la más mínima atención, a pesar del silencioso apoyo de algunos de sus colaboradores. Entiendo que la postura genuflexa de oficialista o de alter ego del gobierno, impide recoger el debate de la oposición. Mejor, sé entender la perorata de democracia que desarrollan. Sé de las garantías que deberíamos tener de acceso a los medios de opinión, entre ellos los escritos, que gozan de bondadosas gabelas, dizque por sus aportes a la libertad de expresión, pero entiendo los límites caprichosos que imponen sus dueños.