Este 15 de septiembre nos recuerda que entre muchos sistemas políticos que ha conocido la humanidad, ninguno ha logrado combinar de manera más eficaz el orden social con la libertad individual, que la democracia. Imperios, monarquías absolutas, dictaduras militares y regímenes totalitarios de partido único, han pretendido garantizar estabilidad o eficiencia, pero siempre a costa del sacrificio de derechos y de la negación de la voz ciudadana.
La ventaja de la democracia radica, precisamente, en que el poder no se sustenta en la fuerza, la herencia o el dogma, sino en la voluntad del pueblo, expresada en las urnas. Esa legitimidad, aunque frágil, es la que permite que los gobernantes sean temporales y estén obligados a rendir cuentas.
En democracia, la persona no es un súbdito sino un ciudadano con derechos reconocidos y con mecanismos para defenderse de los abusos del poder. El pluralismo político abre la puerta a la diversidad de ideas y a la alternancia, mientras que los pesos y contrapesos propios de la separación de poderes evitan que un solo individuo o partido se apropie de la nación.

La democracia, además, tiene un rasgo que la hace única frente a cualquier otro sistema: su capacidad de corregirse a sí misma. Los errores de gobierno, las leyes injustas o las decisiones contrarias al ordenamiento jurídico y al interés común, no necesitan resolverse con revoluciones violentas ni con golpes de Estado: se resuelven con elecciones, tribunales y opinión pública.
Es cierto que la democracia es imperfecta y que sus instituciones a veces se deforman por la corrupción, la polarización o la indiferencia ciudadana. Pero, incluso en su precariedad, ofrece una herramienta que ninguna dictadura concede: la posibilidad de rectificar desde adentro.
El reto para Colombia, rumbo a las elecciones legislativas y presidenciales de 2026, no es sólo preservar esa ventaja comparativa frente a cualquier otro sistema, sino elevar la calidad de nuestra democracia, superando la cultura del atajo, la manipulación mediática y el clientelismo que la erosionan.
La democracia vale más que cualquier otra forma de gobierno porque, a pesar de sus defectos, nos recuerda que el poder es prestado y que su titular legítimo es, y seguirá siendo, el ciudadano.
Una dictadura puede prometer orden, pero sólo la democracia garantiza libertad con esperanza de corrección.