Otro 4 de agosto, como los 21 “cuatros de agosto” que se vienen repitiendo desde 2004, cuando mediante Ley 918 se dijo que Colombia conmemoría el Día del Comunicador y el Periodista en esta fecha, para rendir homenaje a quienes ejercen estos oficios que otrora fueran fundamentales para la vida democrática y la construcción de ciudadanía. Lo cierto es que, a diferencia del clásico y ampliamente reconocido Día del Periodista que se celebra el 9 de febrero, este 4 de agosto transcurre en el silencio, la indiferencia y el olvido institucional y gremial.
¿Cuál podría ser la razón?
El 9 de febrero los periodistas conmemoramos la publicación del primer periódico de la naciente República: “Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá”, fundado en 1791 por Manuel del Socorro Rodríguez. Es una celebración que mira al pasado heroico del periodismo colombiano.
El 4 de agosto no convoca titulares, ni editoriales, ni actos oficiales. Lo recordamos desde que nació en 2004 como el “día legal del periodista”. Nunca ha generado emociones porque nunca fue visto más allá de una formalidad legal, sin confianza en los objetivos que lo motivaron, a propósito de la dignidad de los comunicadores y periodistas que se quedó en letras de una ley.
Además, se me ocurre que los colombianos ya hacen un gran esfuerzo el 9 de febrero para felicitarnos con palabras elogiosas en torno al supuesto compromiso del comunicador y del periodista con la verdad, la independencia y el interés general. Pura retórica que queda perfecta en tarjetas de felicitación, difícil de repetir con sinceridad el 4 de agosto, a sabiendas de que los principios y valores éticos están cada vez más relegados a la historia.
La realidad que enfrentamos es otra: los grandes medios de comunicación, que deberían ser garantes de la información rigurosa, responsable, imparcial y plural, están cada vez más comprometidos con agendas políticas, económicas e ideológicas, que distorsionan la misión periodística.
Se ha vuelto común ver cómo los informativos priorizan el espectáculo, el escándalo y el sesgo, mientras callan o minimizan lo que no conviene a sus propietarios o aliados políticos. Los límites entre opinión y noticia se han venido diluyendo. En los tiempos del respeto riguroso a los géneros periodísticos, separábamos la información de la opinión, advirtiéndolo a nuestros usuarios para que no se equivocaran tomando decisiones con base en opiniones subjetivas y sesgadas y no en hechos objetivos. Hoy se privilegia la consigna sobre el análisis y el dogma sobre el dato objetivo.
El 4 de agosto y el 9 de febrero deberían ser fechas para recordarnos que el periodismo no puede ser instrumento de desinformación y manipulación, sino una herramienta de construcción social. Y que ser comunicador o periodista implica ejercer el oficio con responsabilidad, con rigor, con independencia, con compromiso con el bien común y con respeto a la verdad.
Tal vez el escaso reconocimiento de esta fecha sea síntoma de la crisis de valores que atraviesa el oficio. Sin ética no hay comunicación posible y sin verdad no hay periodismo digno.