20 de julio de 1810, grito de Independencia del yugo español y el inicio de enfrentamientos entre criollos compatriotas. La historia colombiana registra este momento como “Patria Boba”, período comprendido entre 1810 y 1819, caracterizado por inestabilidad política, fragmentación territorial y una lucha sin tregua entre los mismos criollos que, aunque unidos en su deseo de autonomía frente a España, se dividieron en facciones que se enfrentaron con más saña entre sí que contra el imperio español, que era el enemigo común.

Centralistas y federalistas protagonizaron guerras civiles que desangraron al País naciente, mientras múltiples juntas y gobiernos regionales disputaban legitimidad y poder. Esta falta de unidad debilitó cualquier intento serio de independencia. Sin un liderazgo claro, sin cohesión política ni militar, la causa patriota quedó a merced de la fuerza de la reconquista española, que en 1816, con Pablo Morillo a la cabeza, reinstauró el dominio colonial mediante represión y violencia, en lo que se conoció como el “Régimen del Terror”.

Aquel período terminó, al menos oficialmente, con la Campaña Libertadora de 1819, liderada por Simón Bolívar, que culminó con la Batalla de Boyacá y el inicio de la independencia efectiva. Pero, ¿realmente terminó la Patria Boba en 1819?

Muchos síntomas de la Colombia actual hacen pensar que la “Patria Boba” no ha muerto, sino que ha mutado. Seguimos siendo un país marcado por profundas divisiones ideológicas, políticas, sociales y territoriales. La polarización extrema, alimentada por discursos de odio, estigmatización y desinformación, nos mantiene enfrentados, no ya por el modelo de república, sino por la visión misma de País.

Hoy no son centralistas ni federalistas: son izquierdas y derechas, petristas y uribistas, radicales de un lado y radicales del otro, quienes han conviertido el debate político en guerra personal. No se buscan consensos en busca del bien común; no se busca construir una sociedad mejor y en paz. El objetivo es destruir al contrario, a cualquier precio: con mentiras, con injurias, con calumnias, con desinformación y con todo el odio de que se puedan cargar las palabras. Y lo más alarmante es que esa división de esta persistente “Patria Boba” ha permeado al ciudadano común y corriente y lo ha llevado a enfrentarse a su familia, a sus amigos y a la comunidad a la que pertenece, sin prestar oídos y darles crédito a sus propias versiones de los acontecimientos políticos que desangran al País desde las relaciones fraternales más cercanas.

La política se ha dedicado a estimular la construcción de trincheras y la fractura de puentes.

Se gobierna más desde la revancha, la venganza y la sed de destrucción de los contrarios, que desde la razón y la convicción de que, antes que todo, son compatriotas y coterráneos los que se enfrentan con ideas diferentes. Se legisla más desde el cálculo electoral y la defensa de intereses particulares, políticos y económicos, que desde el bien común. Y se vota más por odio que por esperanza.

Así, la Patria sigue siendo “boba”, por exceso de egoísmo, por miopía, por mezquindad y por la nutrición sin tregua de la “estupidez colectiva”.

Es la “Patria Boba” que muchos sectores interesados insisten en alimentar, la que permite la existencia de males como la corrupción, la violencia, la desigualdad, y la injusticia. Esa es la condena de permitir este enfrentamiento entre “hermanos” que hace 215 años gritaron juntos: “Viva la Independencia”.