Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda 

No se vive mejor porque se tenga mucho dinero.  Un dicho popular se repite a menudo:   hay muchos ricos pobres y muchos pobres ricos; y otro agrega:   es tan pobre que solo tiene plata.  Quien anda por el mundo prestando atención y con plena conciencia de su vida, sabe que las anteriores máximas producto de la sabiduría popular, son incuestionables.  Una vida feliz y placentera no depende de una cuenta corriente, ni de las muchas propiedades que se tengan. Hace menos de diez años fue asesinado en una céntrica calle de Medellín un millonario comerciante y empresario del oriente antioqueño, y habiendo conocido un poco su vida y oficiado como su abogado, puedo afirmar que murió sin saber lo que tenía, y lo peor, sin haber disfrutado de su descomunal fortuna.  La falta de una riqueza individual, de una excelente personalidad y de una cultura media, le impidió a este sagaz mercader disfrutar de los miles de millones de pesos que ahora gastan sus herederos, e incluso, personas ajenas a su familia.

Otro millonario natal del frío pueblo de Santa Rosa de Osos (Antioquia), también del cultísimo y bonachón hombre conocedor de música, Bernardo Hoyos,  amasó en vida mucho dinero y fue tenido como primero en el mundo de las finanzas y los negocios internacionales en dólares, acabó sus días recluido en una solitaria casa del altiplano oriental medellinense sin haber degustado sus abundantes cuentas bancarias.

Ejemplo antípoda de vida fue Alvaro Castaño Castillo, tolimense de nacimiento, pero bogotanísimo de costumbres y estilo de vida, quien con su esposa, Gloria Valencia, fueron ricos en cultura y calidad de vida.   Quiero significar lo anterior siguiendo las enseñanzas de Schopenhauer, que contribuye más al buen vivir y a la felicidad, lo que uno es, que lo que uno tiene.   Los goces materiales, culturales y espirituales van ligados, indiscutiblemente, a una excelente individualidad, a una forma de ser que se aparta de la personalidad masificada, autómata y aparentarista de quienes viven para ser vistos y admirados, no para ser felices.  Una personalidad arrogante, altanera, egoísta y pretenciosa no saborea las mieles de la dicha, sino que percibe el amargo sabor de la hiel.  El bienestar personal es el fruto de una carismática y jovial forma de ser y de comportarse, jamás de una superficial e impostada personalidad.  Eso bien lo saben hombres y mujeres enquistados en la burocracia estatal y lo padecen sus abnegados subalternos o usuarios de sus oficios.  Nada más encantador que una mujer sencilla y noble o que un hombre espontáneo y jovial, estas últimas cualidades es la mejor riqueza de un varón o de una hembra.  De modo que lo que más contribuye al buen vivir es el encanto personal antes que la adquisición de bienes.  Se goza de la belleza del mundo a través de una mente abierta, receptiva y grata.   La buena salud no es consecuencia de una abundante alimentación o de la ingesta de medicamentos, sino de la predisposición de ánimo fiestero y mente abierta a todo lo que percibimos.   Disfrutar de los placeres sin exceso y conservar un ánimo sereno y tranquilo proporcionan salud, alegría y felicidad, sin que sea necesario tener mucho dinero.  Mentes agresivas y exacerbadas llevan a que el individuo perciba deterioro en su salud, que es la causa principal de la infelicidad.   Espíritus alegres, fiesteros y amables son propios de aquellos que rezuman salud.  No se equivocan quienes dicen que los gordos son simpáticos.  Los argentinos nos legaron en los años sesenta un tema musical que alude al gordito alegre y simpaticón, como lo son muchos de esa nación suramericana.   Bien lo advirtió Schopenhauer:   “Es una locura sacrificar salud por dinero”.  Recuerdo haber compartido con los lectores un bello soneto español que retrata a Romero, el caballero que gastó su vida buscando dinero y gastó éste en busca de salud, sin haberlo logrado.  Si Schopenhauer viviera en estos tiempos se sorprendería con las caras vinagres y tristes de jóvenes y adultos en esta deshumanizada sociedad del siglo XXI.  El dolor, el aburrimiento y la tristeza parece ser la faz del hombre y la mujer modernos, enquistados en los altos puestos burocráticos.  El mejor antídoto contra estas enfermedades del alma son la riqueza espiritual, la cultura y la buena disposición de ánimo.  Una sensibilidad humana es el signo de los seres superiores; la insensibilidad lo es de los seres mezquinos y bajos.  La vida retirada de la sociedad, tranquila y serena era el ideal de los grandes hombres del pasado; la de la algarabía y el ruido es la de muchísimos jóvenes de las nuevas generaciones.  Muchos hombres y mujeres de tiempos actuales esconden sus miserias y mediocridades purpurados y brillantes, son seres de apariencia, pero carentes de esencia y contenido humanos.  Nadie ha superado a Aristóteles en el pensamiento según el cual “la felicidad es de quienes se bastan a sí mismos”.  Una vejez alegre solo puede serlo de quien ha cultivado durante su vida el crecimiento individual en los planos cultural, espiritual e intelectual.   De ahí que en el ocaso de sus vidas muchos políticos, deportistas y hombres de la farándula luzcan abatidos y sus muertes son relativamente prematuras debido a que no fueron cultores de una riqueza individual.

En Colombia hubo un hombre dedicado a la música, cuya vida  fue de excesos y poco crecimiento personal, lo triste es que un canal nos vendió su existencia como si fuera digna de imitar.  El mundo al revés.