Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Durante muchas décadas apareció el término “mamerto” refiriéndose a la dirigencia del Partido Comunista de Colombia entre los cuales se encontraban Gilberto y Filiberto, (Vieira uno, Barrero el otro) dos veteranos militantes cuasi fundadores de la organización que tuvo otro nombre inicial, época de María Cano y algunos sindicalistas a quienes mandaron al ostracismo y sentaron su larga hegemonía. Algunos jóvenes que militaron en la Juco (Juventud Comunista) y no resistieron la disciplina estalinista, y otros que fueron expulsados por pequeño burgueses, inventaron ese terminacho caricaturesco, que hizo carrera para designar a los afiliados al marxismo-leninismo, línea Moscú, cuna de la revolución bolchevique y sede del hermano mayor de los partidos comunistas, el PCUS, Partido Comunista de la Unión Soviética, orientación que siempre siguió su apéndice colombiano.

La palabra mamerto no se quedó dentro de esa organización, sino que tomó vuelo y cobijó a todos los que estuvieron y están contagiados de ese izquierdismo valetudinario. Abarca a muchos del partido liberal y del partido conservador, a los verdes y a los maduros, a quienes los mamertos auténticos usan o exprimen y después los apartan del camino. De tal manera que la mamertología alcanza a expandirse y a elevarse hasta los círculos intelectuales, al profesorado universitario, a los periodistas, a algunos curas, sean o no sean de la teología de la liberación o estén ligados a los hijos de Loyola. El mamertismo es la etapa superior de izquierdismo, como diría Lenin, zorro viejo bolchevique que conocía las debilidades de la aristocracia rusa a la cual colocó en el sarcófago de la historia, para hacer una “república” socialista con los soldados, ya que poco era el proletariado, es decir la clase obrera, en un inmenso imperio donde no existía la industria. La teoría de Marx se apoyaba en el desarrollo industrial de Inglaterra, objetivamente. Todos los regímenes comunistas han tenido como soporte la fuerza militar y policíaca, aunque de bocas afuera se nombre la dictadura del proletariado, lo cual se traduce en la dictadura del partido único.

El mamertismo en Colombia es similar a un gas hilarante, sin sabor e inoloro, que no se nota al ser inhalado. Viene también en mermelada, grageas y en cápsulas al vacío, o sea, en consignas como “Abajo el capitalismo” o esta que es nacionalista: “Fuera el imperialismo yanqui”. Luego va tomando forma subliminal en canciones, en himnos con el puño en alto “viva la internacional”, en oraciones, en artículos de prensa escrita y en revistas semanales, en discursos presidenciales y ministeriales, en recomendadores extranjeros que cobran por opinar El mamertismo sube en espiral y va cercenando la capacidad reflexiva y crítica. La convierte en frases implorantes que alienan a los ciudadanos sencillos y les reemplaza la racionalidad por el sentimentalismo. El mamertismo es leve cuando hace gárgaras con un libro de Galeano mezclado con gotitas poéticas del Canto a Stalingrado de Neruda. Es grave cuando recita los salmos de San Mamerto del Caguán o las homilías del Palacio de Nariño.

El mamertismo ortodoxo tiene mutaciones estacionales, como el castrismo hace cincuenta años y el chavismo hace diez años. Un mamerto fogueado y magister en su rama transforma una visita papal a su rebaño en un espaldarazo a la política de diálogo en La Habana. Un mamerto doctorado en la otrora Universidad Patricio Lubumba de Moscú es capaz de transformar el vino en sangre de soldado, la calidad de victimario en víctima y el oficio de traficante de narcóticos en un candidato a la primera magistratura. En fin, hasta se torna en un mago con el poder de convertir el pelo ensortijado de una copartidaria en un turbante de bellos colores. Todo ello lo hace merecedor de los altares de la patria con el nombre de “San Mamerto Libertador: llévame a tu cielo que es mucho mejor”.