John Fernando Restrepo

Por: John Fernando Restrepo Tamayo

Con ocasión del 27 de marzo, reconocido como el día internacional del teatro, quisiera dedicar esta columna a la importancia del teatro como expresión humanística y como herramienta de formación política. Qué viva el teatro porque en él está incluido el arte, la filosofía, la política, la religión, el establecimiento y la rebeldía. A veces todos juntos en una sola escena o a veces uno solo negando a los demás. El teatro es una novela representada. Sobre las tablas solo queda una certeza: toda expresión teatral es válida, legítima y necesaria porque en ella se expone el alma humana. Puede contener una voluntad de entrega o de resistencia. El teatro es una expresión artística porque ofrece la libertad para decir algo sin necesidad de atender a supuestos fácticos reales. Puede prescindir de la verdad histórica. Puede jugar con ella, moldearla, negarla, corregirla o volver a contarla. El teatro no dice necesariamente lo que pasó, para eso están los periódicos, aunque también puede hacerlo. Y recordar de cuando en cuando cómo fueron las cosas. El teatro, encierra misteriosamente un enorme poder. Le permite al director ser Dios. El génesis se reescribe en cada pieza teatral. El paraíso, la manzana, la serpiente, un hombre y una mujer. Todo puede ocurrir. En un solo acto se puede reescribir la historia. En el teatro no existe más límite que la imaginación. Qué viva el teatro porque en su expresión más cómica y habitual, en Colombia, resulta posible que las mayorías al unísono incurran en uno de los gestos más nobles de los que nos reserva aún la naturaleza: sonreír. Y en el mejor de los casos, reírnos de nosotros mismos. También tiene un sentido político de primer nivel. El teatro es una herramienta de formación cívica más eficaz que una centuria de agentes policiales o patrulleros impartiendo comparendos.

Antanas Mockus hizo del teatro la mejor herramienta para empezar a hablar de cultura ciudadana en una ciudad tan compleja, tan de todos y de nadie, como Bogotá. Con sus mimos y sus payasos enseñó a utilizar las cebras, los puentes peatonales y a tomar conciencia del respeto por las señales de tránsito. Con sus saltimbanquis demostró que era posible hacerle a las agrestes calles capitalinas un espacio para el uso de la bicicleta. La promoción del teatro es un ejemplo clásico del tipo de derechos en sentido positivo. Requieren para su perfeccionamiento la intervención estatal. El Estado está llamado, obligado por mandato constitucional, a asegurar espacios de acceso a las representaciones teatrales. Pero para ser honestos, el problema no es solo de financiación estatal. El problema de fondo está en nuestra poca cultura de inversión en la cultura. En nuestra antipatía injustificada por el teatro. La agenda teatral es enorme. El problema no es que el Estado financie. El problema es que la escena está puesta, los libretos aprendidos y el montaje instalado. Falta el público, personaje principal, y no asiste.