Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

La calidad de maestro o profesor es la de un oficiante de la tarea de enseñar. Se enseña lo que se sabe. Por eso los maetros están en continuo aprendizaje de repaso de lo conocido hasta hoy y de actualizarse en las múltiples derivaciones de las materias y programas en las ciencias exactas y en las ciencias sociales. Quienes más se esfuerzan en aprender para enseñar son los profesores de pregrado y de doctorado, pasando por las diplomaturas y maestrías que son estaciones múltiples del conocimiento, a veces convertidas en fuentes de financiamiento de las entidades educativas de nivel superior, que se ofrecen como productos de panadería al mostrador, con el incentivo del pandequeso que hay que consumirlo a las puertas del horno, porque si se enfría ya no servirá para la hoja de vida, para la hoja biográfica que dará la oportunidad de subir en el escalafón o de llenar los requisitos que impresionen a los empleadores o a las agencias de empleo. Es en ese escalón de la vitrina de los diplomas donde el sistema se comporta como un acumulador de papeles de cartón y no en la constatación de los valores humanos del sujeto, de sus ejecutorias como ciudadano en relación con sus semejantes, su familia y la sociedad.

La libertad de cátedra es una vieja conquista de los librepensadores en la larga lucha por superar el dogma como forma de conocimiento. En la Edad Media la enseñanza estaba asignada a los monjes y sacerdotes relacionados con las familias de la aristocracia, únicos sujetos del aprendizaje, sin desconocer que la pintura de caballete y mural, la música sacra, la arquitectura eclesiástica y las letras, son un legado para el arte y la cultura actual. Pero el dogma religioso también fue el arcabuz que limitó a los sabios, restringió la investigación y decapitó a los inventores y descubridores de nuevos conocimientos. Despejada la historia del totalitarismo de la educación confesional, la libertad de cátedra es un desafío de la inteligencia liberal, para explicar la relatividad de las verdades en los diferentes campos de la ciencia y la tecnología, de la filosofía y del derecho.

La libertad de cátedra está afectada con el tiempo, por el uso de las escuelas totalitarias que en la boca de profesores y maestros, la convierten en la cátedra del proselitismo con novedosos argumentos contra la libertad, enfocados contra la democracia que es la estructura política y social donde florecen las libertades constitucionales que dan pie a los derechos humanos. Es cierto que la democracia tiene defectos. Está siempre en proceso de mejoramiento, que algunos llaman de perfeccionamiento. Porque la democracia es construcción de todos los ciudadanos, es la razón para que existan los diferentes partidos o corrientes políticas. Por lo tanto no se puede abandonar el pluralismo efectivo, pues a partir de ahí, los enemigos de la democracia, empotrados en los centros de enseñanza, multiplican los milicianos de los nuevos dogmas que eliminarán las libertades, paradójicamente en nombre de la libertad. Pluralidad democrática, pero militancia racional e insobornable por la libertad. La cátedra de la libertad no existe en los colegios ni en las universidades colombianas. Nuestros jóvenes, con su naturaleza emotiva y reformista, no suelen encontrar los maestros y profesores graduados en defensa de la libertad y la democracia. Algunas almas pías consideran que las mesas de debate entre distintos pensadores o de diversos representantes de corrientes políticas, son los escenarios para conocer la diversidad en libertad. Lejos están de esta manera de aprendizaje, cuando las cátedras están huérfanas de profesores que enseñen y den testimonio en defensa de la libertad, que es el valor humano más preciado, aún por encima de la vida. Al fin y al cabo la vida es un resultado de la naturaleza. Pero la libertad es el fruto de la inteligencia, de la sociedad y de la historia de la humanidad.