Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda 

Nos engañamos a menudo quienes creemos que una extraordinaria belleza en la mujer, mucho dinero en los ricos y cierta aureola de prestigio y fama de muchas divas y divos de la farándula asegura la felicidad y hace que quienes detenten una u otros aseguran una vida plenamente feliz.

Acostumbro mirar con detenimiento las fotografías de las más destacadas beldades mundiales, aquellas míticas mujeres por las que millones de hombres han soñado y un número no menor de mujeres ha querido imitar y emular.   Igualmente, observo con atención las imágenes, retratos y fotografías de los hombres multimillonarios y de los que detentan poder político, social, cultural, etc.   Hay en los rostros de estas personas un hálito de tristeza, de profunda melancolía, de infinita inquietud de alma que hace que un buen observador sienta por ellas un profundo sentimiento de compasión más que admiración, los rostros de estos personajes me conmueven y me hacen sentir solidario con sus desdichadas existencias.

La emblemática estrella de Hollywood de todos los tiempos luce en las fotografías más conocidas suyas triste y puede uno adivinar en sus ojos ansiedad, insatisfacción, inquietud.

La que fuera igualmente símbolo sexual en los años cincuenta, Brigitte Bardot, inclusive en sus años mozos escondía amargura y tristeza detrás de su cara de niña aparentemente representativa de una gran felicidad.   Quienes la conocieron y trataron la describen como una niña mimada, una joven repelente y una dama egocéntrica.   Ahora, en los años de su vejez, su rostro se convirtió en una máscara que pretende ser una cara de la que fuera la mujer más deseada del mundo a mitad del siglo pasado.   Pasa sus días en la Riviera Francesa al lado de un hombre ultraconservador de la derecha francesa y con apenas el aliciente de luchar contra el maltrato de los animales.

Y de las estrellas de la meca mundial del cine en Los Ángeles y de los artistas más consagrados por el público hay mucho por decir a cerca de sus pobres vidas consumidas por las drogas, el alcohol o la adicción a otros factores supuestamente potenciadores de la felicidad humana.   De allí que suicidios, muertes prematuras por infartos o enfermedades terminales sean sucesos que suelen acompañar a esta clase de personas que pretenden vender al mundo la idea que el dinero, el éxito, el prestigio y la fama son el mejor pasaporte a una vida llena de satisfacción, alegría y felicidad.

Los tres hombres más millonarios de Colombia en las últimas tres décadas no son propiamente la dicha y la felicidad humanas ni sus rostros transmiten alegría y serenidad de ánimo, por el contrario, uno de ellos poseía una cara sombría y lúgubre propia del temible personaje de la Europa Oriental, necesitado de obtener energía de otras personas a través de la sangre, el legendario y terrorífico Drácula.

Otro gran millonario en Colombia en sus años de vida bohemia y disipada perdió su salud en un accidente producido por el exceso de alcohol, lleva muchos años con el sino de la tristeza tatuado en su rostro a causa de una vida bastante limitada en lo personal y social.

El tercero, prefiere ir por el mundo haciendo gala de su gran capacidad y ambición personales, a pesar de que tiene la edad propia de quienes pretenden convertirse en unos abuelos mimosos y juguetones, sus juguetes parecen ser sus transacciones multimillonarias en dólares que poco reflejan su adusta figura.

De lo que representa la amargura y tristeza del poder nos percatamos en el mundo cuando nos muestran las imágenes de esos seres anodinos, con mirada triste y rictus facial ensombrecido por una mirada melancólica que escondida en sus togas administran la justicia transnacional y universal en la Corte de la Haya.  Imagen particularmente llamativa y conmovedora que nada tiene de distinta a la que muestran nuestros noticieros de televisión, los periódicos y las revistas colombianas de algunos acartonados, engreídos y megalómanos integrantes de nuestros altos tribunales de justicia.

Tampoco la vida de presidentes, ministros, altos dignatarios y ejecutivos modernos es color de rosa.   Detrás de sus existencias aparentemente alegres y felices se esconden vidas amargadas, ansiosas, estresadas y conflictivas.

Miedo, inseguridad, sumisión, dependencia, estrés, tristeza, desequilibrio emocional, fatiga, sensación de vacío, de vida sin rumbo ni sentido, se esconden detrás de miles de hombres y mujeres que a la manera del personaje Fausto venden su alma al diablo, que en estos casos no es Mefistófeles, sino el dinero, la fama, el poder, el prestigio y otros atractivos sociales que a manera de moneda falsa engañan y engatusan a quienes dejan de vivir a pleno pulmón por correr detrás de estos falsos valores.

Hace década y media que el abogado y escritor español, Javier Sánchez Alvarez, nos legó un excelente texto a cerca de la vida mentirosa, farsante e hipócrita que hay detrás de la figura del ejecutivo moderno enfundado en un traje de marca sea él mujer u hombre, miserias y mediocridades cotidianas que tratan de ocultarse con la falsa fachada de bienestar y armonía de quienes se encubren para no hacer visible su patética arrogancia, su débil personalidad y su frágil emocionalidad.

El mundo idílico que nos han tratado vender los ostentadores del poder económico, social, industrial y los ejecutivos masculinos y femeninos de estos tiempos se desdibuja al saber que para ascender a tan altas dignidades tuvieron que feriar su personalidad, hipotecar su carácter y morigerar su rebeldía.

Al poder se accede, generalmente, mediante intrigas, componendas, conductas sumisas y humillantes, más que a través de la inteligencia y el talento.

En lo político, no cabe más que esperar la asignación de un cargo mediano, pequeño a alto por recomendación, padrinazgo, intriga o intereses personales claramente definidos.

En lo judicial, hace muchas décadas que el jurista emérito del Quindío, Alberto Bermúdez Gallo, nos legó un pequeño pero profundo libro acerca del proceso degradante, humillante y rastrero que debe seguir todo operador judicial que pretenda alcanzar un puesto en la judicatura o la magistratura de este país.

Las aguas borrascosas y peligrosas de la mar de la burocracia y la alta gerencia empresarial están plagadas de tiburones disfrazados de hombres y mujeres ávidos de poder, riqueza y prestigio, inmersos en esa vertiginosa carrera por el éxito en feroces peleas, tensiones, envidias, recelos, disgustos y miedos personales.

Como en el mundo animal, toda clase de aves rapiñas, reptiles, insectos, felinos y otros de la especie, los depredadores humanos abundan en muchas oficinas, despachos y cubículos de la mediana y alta gerencia estatal y particular.

Prisiones mentales acomodadas en reclusiones de cristal, madera o cemento que hacen de quienes ostentan las supuestas dignidades sociales, políticas, empresariales, etc., seres infinitamente desdichados con una careta de afortunados dirigentes de la sociedad.

De estos y otros fenómenos se ocuparán algunas columnas de un inmediato futuro.