Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

El calendario electoral se calienta. Partidos y movimientos se preparan para las elecciones territoriales del domingo 25 de octubre cuando, con el voto popular, se elegirán gobernadores, alcaldes, diputados a las Asambleas departamentales, concejales y ediles a las Jal. Este evento democrático tiene un contenido especial: el elector está enfocado a los problemas de su departamento y de su municipio como son la seguridad ciudadana, la movilidad, la educación, la salud, la cultura, la electrificación, el agua potable, la aplicación de las regalías, etc. La ciudadanía tiene la posibilidad de hacerse sentir en los debates donde los precandidatos o aspirantes a los cargos de elección popular expongan programas y soluciones a los asuntos del diario vivir.

Elecciones territoriales significan que van a hablar las mayorías de la nación colombiana sobre el papel que juegan en la construcción de un país. Por lo tanto temas como el centralismo capitalino, la autonomía de los departamentos, la cultura y las artes regionales, el respeto a las corrientes cívicas locales, los servicios públicos domiciliarios, las empresas comerciales del estado, son de exigencia en estos momentos en que la casta burocrática centralista tiende a influir severamente en las próximas elecciones para extender sus tentáculos dominadores en las provincias. Antioquia, que otrora tuvo líderes que encarnaran la personalidad colectiva de nuestros propósitos y reclamos, debe volver por sus fueros. No son los señoritos abonados con la zalamería del gobierno nacional los que van a sacar la cara del paisanaje nuestro. En esta etapa de decadencia de los capitanes de industria y del agro, silenciados por el miedo que infunden los altos heliotropos de la fronda aristocrática bogoteña, los nuevos liderazgos y las corrientes políticas regionales tienen en sus manos y en sus proyectos la oportunidad de renacer los ímpetus de la fuerza política de la provincia, tan menospreciada y manipulada por los dueños de centralismo administrativo.

Debemos proponer, además, la descentralización en las regiones. Medellín y el Valle de Aburrá no pueden seguir concentrando los bienes públicos, la educación tecnológica y universitaria, los servicios públicos de calidad, etc. Y no por justicia social con la población de los demás municipios diferentes a esta ciudad región, solamente, sino por nuestro propio bien. Ya no cabemos en este cañón del Río Medellín donde habitaron los indios nutabes y estamos atrasados en planificar y reordenar el Valle de San Nicolás de Rionegro.

Las elecciones del 25 de octubre  próximo nos señalan desde ahora le necesidad de buscar con lupa verdaderos estadistas y administradores que alcen vuelo sobre las montañas de esta Antioquia convertida en un mediocre paraíso por la agobiante pauta propagandística en la prensa y en la TV, que se paga con el dinero de nuestros impuestos para el culto a la personalidad.

Y esas elecciones territoriales, ojo, podrán ser convertidas en añicos y retazos de programas, si son interferidas, desviadas, por un posible referendo para legitimar a una guerrilla que, por enésima vez, sería la protagonista electoral.