Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

El general del glorioso ejército colombiano, Rubén Alzate, pidió su baja del servicio, por razones de honor, no por error. Queda el humo de su quema. El gobierno colombiano, incluido el alto mando militar, “quemó” al general Alzate, por razones de estado y él, el general, ablandado y presionado durante varias horas en las reuniones con sus pares y el Ministro de Defensa, vocero directo del Presidente Santos, llegó al convencimiento de que era mejor sacrificar su cargo y su hoja de vida  militar, que hundir la nave gubernamental. Eso es lo que se deduce del último acto de la serie secreta de una película de ficción, sin director identificado, pero con efectos políticos evidentes: las Farc si quieren la paz. Por eso devolvieron lo que les mandaron, sin quitarle un pelo ni una moneda.

Para que el relato del general Alzate sea creíble por la ciudadanía, requiere un mínimo de verosimilitud. El libreto quedó mal  escrito desde el comienzo, tan sospechoso como las páginas finales leídas por el primer galán del filme chocoano, que podría servir para la ecología, pero no para la historia política. Es un excepcional ejemplo de que a un general de dos soles, ganados a batalla limpia, lo hayan quemado sus propias charreteras, sus radiantes soles, en celada sucia.

Atribuirle a las Farc que desarmaron sicológicamente  al general Alzate, que lo convencieron o que le “picaron arrastre” para que se presentara inerme y confiado a examinar un recodo del Río Atrato, para luego exhibirlo como un prisionero de guerra y entregarlo sano y salvo a una comisión con delegados internacionales, no coincide con la personalidad ni con el carácter militar de Alzate. Tampoco es concordante con el abrazo festivo y tolerado con el guerrillero “Pastor Álape”, pues si no fuera por otra expectativa con la cual contaba el general, su sentido del honor, que con tanta fuerza recalcó durante el discurso de petición de baja,  hubiera sido factor de airado rechazo personal. El honor, general, no se pierde aún en manos del enemigo.

Nos faltan las coordenadas de la dignidad y de la ética para abordar la totalidad de esta historieta oficial. Por ahora tenemos en nuestras narices el olor del general quemado en aras de esconder la parte medular del relato. Si lo que buscaban era fortalecer y reavivar el gélido diálogo con las Farc, estas han ganado terreno en el teatro de la guerra propagandística. Es más: pusieron un émulo a brillar galones como  comandante perdonavidas, Pastor Álape, a darle un adiós al general Alzate, adiós anticipado a su derrota política que lo esperaba en Bogotá.

El silencio en los cuarteles, el frío de la palabra congelada en las barricadas de la causa y del honor, el temblor de la bandera nacional en el asta del olvido y la sombra adolorida de un general retirado como chivo expiatorio avanzando por los pasillos de un hospital de guerra, de su guerra perdida, son los últimos fotogramas de esta película made in Santos.